domingo, 9 de enero de 2011

Desenterrando a Juan Rulfo

No recuerdo que durante mi infancia o en la primaria me hayan notificado la muerte de Juan Rulfo ni recuerdo haberlo escuchado en la radio o visto en algún periódico o en la televisión en el noticiero de Zabludovsky y tampoco escuché hablar a gente adulta sobre ello, por supuesto que a la edad de 8 años ese tipo de noticias eran intrascendentes, aunque de seguro fue la nota del día de aquel martes 7 de enero de 1986. Sin embargo, recuerdo la noticia de la muerte del Santo en 1984 en la primera plana de un periódico sobre la mesa del comedor; qué más da.
Rulfo muere entre la resaca de las fiestas de fin de año, la herida abierta de la Ciudad de México por el sismo de septiembre de 1985 y el inicio de un año con preparativos mundialistas, sin olvidar la arrastrada crisis ochentera. Un día en el que los titulares de los medios de comunicación, las instituciones de cultura y universidades, apenas vuelven a sus actividades ya en forma. Hasta el día de su muerte, Rulfo parece evitar la muchedumbre y ser noticia. Es sabido que el carácter del autor de El llano en llamas era ensimismado y no gustaba para nada de grandes concurrencias. Mi gran amigo y mentor, Guillermo Samperio, me contó que en una ocasión a Juan Rulfo lo invitaron a dar una conferencia a una universidad de Guatemala, en la que por supuesto, Samperio asistió; pues en aquel entonces fungía como subdirector de publicaciones de la SEP y por ese mismo medio es que invitaron al Mtro. Rulfo. Éste último, siempre renuente a dar pláticas a grandes auditorios, debido a su pavura a las masas. En aquella ocasión aceptó dar la plática, pues una universidad de Guatemala no representaba un gran reto: pocos habitantes, un país modesto; cuántos guatemaltecos podrían conocerlo y haber leído su obra. Una vez que subió al escenario del auditorio y vio que el recinto, prácticamente estaba abarrotado se dio media vuelta y asustado regresó tras bambalinas. Al final, después de unos tragos valentoneros y a regañadientes, regresó al estrado a dar su ponencia. Así era Juan Rulfo, un hombre en extremo introvertido.
Siempre que le preguntaban acerca de su próxima obra literaria o del por qué ya no escribía más, respondía de distintas maneras, dependiendo del humor que tuviera o del cómo se lo preguntaran. Las respuestas variaban: “No escribo más porque prefiero andar de vago"; “Porque no quiero. Por eso"; “Porque un escritor es un hombre como cualquier otro. Cuando cree que tiene algo que decir, lo dice. Si puede, lo escribe. Yo tenía algo que decir y lo dije; ahora no creo tener más que decir, entonces, sencillamente, no escribo", “Porque se me fueron las ganas"; “La verdad es que me ha dado flojera"; “Se me secó el manantial"; “¿Cómo que no he escrito más? Si me tiene usted paciencia, ¡ahorita le leo mi nueva novela!”.
Después de Pedro Páramo, Rulfo ya no volvió a publicar creación literaria; se publicó El gallo de oro en 1980, pero sólo fue la recopilación del guión que realizó para la película con el mismo título, protagonizada por Ignacio López Tarso y Lucha Villa en 1964. Durante su vida fue estigmatizado por ya no volver a crear más obra literaria y quizá con justa razón el periodismo cultural y la gente le cuestionaba el cúando publicaría su siguiente obra. Pues sin duda, Rulfo cautivó a miles de jóvenes que en los años 60's y 70's redescubrieron y valoraron la calidad de sus dos libros. El mismo Rulfo menciona que su generación no gustó de sus libros, en particular de Pedro Páramo, aquella generación nunca la encontró ni consideró interesante, de hecho los primeros tirajes no se vendían. Fue la generación de jóvenes nacidos en los cuarenta que entendieron y valoraron la obra de Rulfo y de alguna manera la colocaron en un lugar de predilección, en el que siempre debe estar.
Podríamos mencionar varios conceptos y distintas hipótesis del por qué la obra de Juan Rulfo tardó, de buena manera en influir. Por supuesto que los grandes literatos y escritores de la época, al leer la obra quedaron anonadados con lo que tenían entre sus manos, entre ellos el mismo Jorge Luis Borges de la que comentó: "Es una de las mejores novelas no sólo de la lengua castellana, sino de la literatura universal". Sin lugar a dudas, sería pura pretensión decir que Pedro Páramo es una obra adelantada a su tiempo, pues sin duda lo es o siempre lo ha estado y es muy probable que siempre estará fuera de este tiempo. Es una obra cumbre en la literatura hispanoamericana y universal; una novela protagonista dentro la corriente del realismo mágico entre los que resaltan el propio Rulfo, María Luisa Bombal, Asturias, Uslar Pietri y Gabriel García Márquez, entre otros. Pero en sí las obras de Rulfo, más propiamente Pedro Páramo, navegan en el limbo, en la lectura misma, en su propia lectura. Como alguna vez dijo el mismo Rulfo: "Pedro Páramo es una novela de fantasmas, está roto el tiempo. Además de que se manejó con muertos y eso facilitó el poder ubicar a los personajes en ningún momento, sino poderles dar esos traslados: hacerlos desaparecer en un momento preciso y hacerlos aparecer después. Fantasmas que de pronto cobran vida y la vuelven a perder".
La obra cumbre de la literatura mexicana con más de 50 traducciones entre los que se encuentran: inglés, francés, alemán, portugués, holandés e italiano, eslovaco, ucraniano, griego, chino, japonés, turco, hebreo, ruso, lapón y árabe, además de diversos dialectos del mundo. Ni siquiera nuestro único Premio Nobel de Literatura, está a la mitad de eso para cualquiera de sus obras, antes que Paz se encuentran Sor Juana y Villaurrutia.
Este hecho siempre fue una gran piedrita en el zapato para Octavio Paz, pues él que había sido un estudiante de universidades de EUA y Francia, becario de la Fundación Guggenheim, un distinguido académico, un hacedor de letras, un poeta, no tuviera la cantidad de tirajes que tuvo un Rulfo casi ermitaño con tan sólo dos libros. Es por muchos conocida la rivalidad siempre existente entre Juan Rulfo y Octavio Paz. Las relaciones de Rulfo con los grupos intelectuales de su época fue siempre accidentada, en cambio a Paz le gustaba rodearse de bastantes personas.
Jorge Aguilar Mora en su libro "La sombra del tiempo", editado por Siglo XXI Editores, nos ofrece una explicación a manera de ensayo sobre estos dos pilares de nuestra literatura y sobre su obras literarias. Según Aguilar Mora, Paz murió como un autor insatisfecho, que perdió mucho tiempo e inteligencia tratando de ser quien no podía ser. “Su fracaso no es trágico, es patético: quiso cambiar su pasado, quiso cambiar al Octavio Paz que no había sido y ahí se perdió en el laberinto más destructor que el de la soledad, el laberinto del narcisismo dogmático y dictatorial”. Por otra parte, Mora, señala la literatura de Rulfo como obras en jeroglíficos, desconocidos, que requirió una labor muy intensa de investigación e interpretación. Donde El llano en llamas y Pedro Páramo siempre son asombrosos en su frescura, siempre admirables porque es como si estuvieran escribiéndose en el momento de leerlos.
No me considero un antipazista, ni lo seré. Octavio Paz es, sin duda, un maestro de nuestras letras, una escuela; una mente inclusiva y exclusiva, un gran poeta. Pero también está la otra cara del artista que quizo acaparar el rubro no sólo de las letras, sino de la cultura en México. Ese Paz intocable que disponía y elegía quiénes sí y quiénes no, pero ése es otro tema.
Después de sus dos grandes libros, Juan Rulfo dedicó su creación a escribir, editar y revisar guiones de películas. Rulfo gustaba mucho de ver películas e ir al cine por las noches, cuando no lo reconocieran. Además de realizar el guión de "El Gallo de oro", tuvo mucho que ver en distintos filmes en los que contribuía adaptando o enriqueciendo los textos. Algunos de esos trabajos fueron en: Talpa (1955) del director Alfredo B. Crevenna; El despojo (1960) del director Antonio Reynoso; Paloma herida (1962) del director Emilio "El Indio" Fernández; La fórmula secreta (1964) del director Rubén Gámez; Pedro Páramo (1966) del director Carlos Velo y la versión de 1976 del director José Bolaños; El hombre (1978) del director José Luis Serrato; además de una aparición incidental en la película En este pueblo no hay ladrones, dirigida por Alberto Isaac, junto a Luis Buñuel, Leonora Carrington, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y Abel Quezada. En la década de los setenta el Mtro. Juan Rulfo fue nombrado director del Instituto Nacional Indigenista (ahora Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas). Institución en la que trabajó hasta su muerte. Durante su gestión, se elaboró la edición de una de las más grandes e importantes colecciones de antropología antigua y contemporánea de México; además de variadas ediciones de las distintos grupos indígenas del país y un extenso estudio de los mismos.
Cabe mencionar que una de las mayores pasiones y actividades artísticas de Rulfo fue la fotografía. Mucho antes de escribir El Llano en llamas y Pedro Páramo, Juan Rulfo ya era un fotógrafo en forma y conforme salió de viaje, no perdió oportunidad de tomar fotos a distintos parajes, poblados y habitantes, en particular de grupos indígenas; lo cual lo llevó a reunir una enorme colección de material fotográfico a lo largo de sus vida y que iba publicando en revistas ocasionalmente; así como una modesta exposición en Guadalajara en 1960 de tan sólo 23 imágenes. El 1980 se reunió bastante material para que se realizara una exposición en el Palacio de Bellas Artes, idea que más bien fue impulsada por su hijo Juan Pablo, pues su padre siempre fue muy celoso respecto a su trabajo fotográfico.
Fue así como la vida de Rulfo, después de sus dos grandes obras literarias, transcurrió. Un artista hermético que no sólo gustaba de la literatura sino también del cine y fotografía, pero que pocas veces presumía. Por supuesto, nos quedamos con las ganas de leer un nuevo libro, ése que mencionaba en algunas entrevistas y al que se le conocía con el nombre de "La Cordillera", pero del cual, nunca se supo qué pasó.
Tanto la obra de Juan Rulfo como su vida misma, fueron y son tan enigmáticas que aún hoy en día siguen cautivando a lectores que descubren en su persona y en su obra artística, una influencia y un parteaaguas para la creación artística. Dentro de los que por supuesto, me incluyo.

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